Ilia Topuria manifestó su sueño de convertirse en el campeón del mundo de UFC desde el primer minuto en que saltó a la escena pública, y durante estos años de ascenso hacia el estrellato, se lo repitió a cualquiera que se lo preguntara sin un atisbo de duda en su mirada.
De camino hacia el octágono situado en el Honda Center de California acompañado de unos acordes mariachis que envolvían al público del estadio, de hecho, Topuria lo volvió a recordar en alto hasta dos veces.
«Yo lo soñé, YO lo soñé», se decía el luchador mientras se abría paso entre el público para enfrentarse a su destino.
Era como si estuviera tratando de confirmar que, efectivamente, todas las imágenes que él ya había visto en su cabeza cientos de veces estaban, al fin, convirtiéndose en una realidad palpable.
Su aspecto era confiado mientras se aproximaba a la jaula, como si la presión no fuera un factor que pudiera influir sobre su carácter.
Sus ritos, como besar la cruz de su cuello antes de entregársela a su hermano o santiguarse hasta tres veces antes de poner el pie dentro de la lona, no parecían responder a una necesidad de agarrarse a tótems de suerte, más bien respondían a la necesidad del luchador de cumplir con los pasos de un guion que él ya había escrito.
Bajo esa lógica, parece normal que Ilia Topuria asintiera con la cabeza al escuchar a Bruce Buffer vociferar que «este es el momento que todos habíamos estado esperando», porque él llevaba haciéndolo toda la vida. Por tanto, oír su nombre frente a 18000 personas y encararse con Volkanovski antes de que sonara la campana de inicio de su batalla eran meros trámites necesarios para ceñirse al texto divino.
Quizá por esta confianza en lo escrito, Topuria tampoco parecía muy afectado por haber encajado un par de golpes de Volkanovski durante el primer round. Tampoco lo estaba su hermano, Aleksandre, que durante el descanso entre asaltos le repitió «el buen trabajo que estaba haciendo».
Ilia Topuria y su equipo sabían que tarde o temprano iba a llegar el momento del luchador para soltar unos puños que vendrían cargados de todo el sacrificio y empeño puesto durante todos estos años. Topuria estaba dispuesto a recibir para poder dar a cambio, y así fue como encontró su momento.
Tras recibir un jab de Volkanovski en la cara, el hispanogeorgiano continuó presionando como si nada pudiera afectarle, fintó el siguiente jab lanzado por su contrincante y aprovechó para asestarle una combinación de tres golpes que sirvieron como aviso para la bomba de precisión lanzada con la derecha y que terminó por tumbar al australiano.
Todo había ido tal y como él había pronosticado y, sin embargo, la primera reacción de Topuria fue llevarse las manos a la cara como si no se creyera lo que acababa de pasar.
Él, que siempre había tenido claro lo que iba a lograr, necesitó un momento para absorber lo extraordinario de su hazaña, porque aunque lo hubiera visualizado tantas veces, es fácil imaginar la dificultad de procesar una sensación de euforia y grandeza tan desbordantes.
Su hermano, el que tantas veces debe haberle despertado de sueños adolescentes en su casa de Alicante, fue el encargado de bajar a la tierra a Ilia con un abrazo lleno de emoción.
La noche de California había dejado a un nuevo campeón de la UFC y a miles de fans boquiabiertos ante la actuación de Topuria. Para Ilia, solo había sido la materialización de unos momentos que él siempre supo que iban a ocurrir, aunque por un momento tuviera que pellizcarse para creérselo.
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