Ilia Topuria y la virtud de lo invisible

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By Ulises Izquierdo

Cuando Ilia Topuria salió a la sala de prensa del Etihad Arena con sus dos cinturones bajo el brazo, lo hizo con tanta elegancia y aura de invencibilidad como acostumbra. Llevaba un traje negro impoluto y unas gafas de sol que ocultaban sus magulladuras, pero más allá de esas marcas en su cara, parecía un día más en la oficina de los grandes éxitos para el campeón hispanogeorgiano.

Al fin y al cabo, «solo» acababa de noquear al hombre al que nadie había tumbado antes, volviendo a convertir en realidad unos sueños que él mismo nos había contado antes.

Sin embargo, al salir por esa misma puerta por la que había entrado, cuando las cameras ya habían dejado de apuntar y la mirada del mundo le había dado un respiro momentáneo, Topuria se permitió mostrar una pequeña grieta de humanidad.

Estaba cojeando considerablemente y su mujer, siempre a su lado, le ayudó a sortear un pequeño escalón en su camino. Se fueron de la mano, igual que habían salido de la jaula, revelando lo que muchos sospechan y que el propio Max Holloway confirmó en rueda de prensa.

A su juicio, los piques de Topuria son parte del show, porque de puertas para dentro es un hombre de familia con el respeto y el trabajo como norma. Y la prueba más clara es el dolor en su pierna, un pequeño precio a pagar por seguir cosechando su gloria.

El sacrificio y la recompensa de Ilia Topuria

No sabemos si el dolor en la pierna estaba provocado por su pateo constante a Max durante los tres asaltos que duró el envite, pero imaginamos que puede serlo. Porque Topuria noqueó a Max con un gancho de izquierdas que se llevara todos los focos y copará portadas hablando sobre su boxeo. Pero para llegar hasta ese momento, el hispanogeorgiano había estado minando la pierna de su rival de forma constante para ralentizar su movimiento lateral y evitar que huyera.

Un sacrificio, el de su pierna, que mereció la pena a tenor del resultado, pero que también merece destacar porque habla mucho de quién es Topuria.

Y es que, para alcanzar su meta y noquear a Max, el campeón hizo un trabajo que puede pasar inadvertido. Un trabajo, además, que no solo requiere ser un Elegido, sino coger ese poder y ponerlo a trabajar cada día sin ningún tipo de excusa.

Porque Ilia Topuria puede estar tocado por la mano de Dios, pero sin duda dedica su vida a trabajar para que ese “azar divino” le pille siempre con las mejores cartas en la mano.

Y en ese plano, el invisible, es donde vemos al mejor Topuria. Al más humano. Aquel que sale ayudado por su persona querida y, una vez alejado de los flashes, cuenta con un equipo que le rodea y le cuida.

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