Un paseo por la jaula del Matador

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By Lucas Alcalde

El bautizo en la Iglesia del Matador

Hoy es el cumpleaños de Chus. Prefiere no revelarme su edad, pero tiene más de 40 y menos de 50, intuyo. Fuma sola en la terraza del Palacio Vistalegre en Madrid.

Dentro, Speaker Gutiérrez coge su micro y se atusa la pajarita. Las luces rojas y azules centellean en lo alto, muy alto. El show está a punto de empezar. Por delante tenemos 6 horas de adrenalina, puñetazos, peleas, rituales, respeto, amor, sudor y sangre.

Chus fuma en silencio, mirando el móvil y haciendo tiempo. ¿Qué hace alguien como tú en un sitio como este?

“Estoy con mis hijos. Ellos hacen MMA y les encanta. Por mi cumpleaños, les he regalado venir aquí al WOW 15. Están que no se lo creen”.

¿Y qué piensas cuando llegan llenos de moratones a casa después de entrenar?

Silencio, una pausa larga. Otra calada más larga a su cigarrillo y esa mirada que solo saben poner las madres.

Las chicas.

Es mi primera vez en un evento de MMA. Lo he visto alguna vez en Instagram y algún vídeo de highlights en YouTube. Poco más. Como muchas otras personas tengo prejuicios y sentimientos encontrados con la violencia, por supuesto he oído hablar de Illia Topuria y para escribir esto que te estoy contando he tenido que buscar en Google que significa un uppercut o un swing.

Para esta fiesta de la MMA organizada por WOW, me dejé todas esas cosas en casa. Esto es lo que viví y sentí en el coliseo de la lucha en Madrid.

Lo primero de todo, me sorprendió la cantidad de chicas jóvenes que había. Prejuicio 1 derribado. Chicas con sus parejas, por supuesto, pero también grupos de chicas solas que siguen este deporte.

Hablé con varias de ellas, las respuestas más repetidas: “Está de moda”, “lo veo en TikTok”, “es violento, pero no deja de ser un espectáculo”, y la mejor: “Nos flipa Illia”.

Un emperador.

Es difícil explicar qué significa El Matador para todas estas personas. Pero cuando suenan los primeros compases que dicen Soy un hombre muy honrado, que me gusta lo mejor… Ay, ay, ay, ay Ay, ay, mi amor parece que estamos ante un mesías que ha bajado a la Tierra (si mientras lees esto te viene a la cabeza aquel legendario Yo lo soñé, sabes de lo que hablo).

Topuria entra como invitado y se cae el estadio. Topuria saluda al público y los chavales enfurecen. El Matador levanta el brazo como un emperador romano y la grada conta Illia, Illia, Illia, rendida a sus pies. Comienza la ceremonia, no soy muy de ir a misa, pero lo de las MMA es religión.


El ritual.

Los gladiadores se preparan para la batalla. Ave, Caesar, morituri te salutant (Ave César, los que vienen a morir te saludad). Ese pasillo de apenas 30 pasos se convierte en un desfile kilométrico mientras los flashes disparan.

Da igual quién seas, el público se agita con fervor. Detrás de cada luchador, un séquito de gigantes le inyectan ego a través del aire con arengas que ya me gustaría recibir a mí cada lunes por la mañana mientras camino al trabajo.

Ante la escalerilla que lleva al cielo o al infierno, solos tus golpes lo decidirán, el último bautizo. Ajuares fuera, un saludo al entrenador como dos espartanos y ahora sí que sí; solo queda el hombre al descubierto. Un cuerpo de piel y huesos, esculpido, un torso con tatuajes, la mayoría como si fueran pintadas de guerra amenazantes y unos músculos pulidos al milímetro a hierro lento.

Una última ligera caricia de la jueza que recorre cada extremidad con cuidado y seriedad para asegurarse de que en la malla ninguno esconde un arma blanca ― viendo a estos luchadores, da más miedo su sola mirada que un cuchillo― y listos para empinar esos escalones directos al inframundo para los derrotados y el olimpo para los vencedores.

Una vez pisas la lona estás dentro, no puedes escapar: bienvenido a la jaula.

La Jaula.

Es un espacio diminuto con forma octogonal, perfectamente diseñada para que no haya esquina ni rincón donde buscar refugio y consuelo. Un espacio creado por el ser humano en donde no puedes eludir de ninguna manera tu destino, solo puedes enfrentarte a él. Para ello, tu fuerza será tu única aliada, mantener fresca tu mente, tu salvación, y tus piernas, el sostén de tu carrera deportiva.

Caer al suelo puede ser fatal, pues a la mínima tu oponente se abalanzará sobre ti para abrirte el cráneo. Sin embargo, esa no será la peor de las suertes.

Mientras tus piernas se mantengan fuertes, significará que tienes posibilidades de sobrevivir y reaccionar, quién sabe, incluso ganar. Pero cuando las piernas se doblan y la cabeza no puede gritarles que se mantengan erguidas, el médico se levanta de su asiento, empuña inconsciente el botiquín, en la grada recorre un murmullo y tu entrenador se lleva las manos a la cabeza, todo esto en cuestión de un segundo, estás perdido.

Un KO es el final de la película, fundido a negro. Otra vez será. Corriendo a la enfermería y esperemos que no haya secuelas, pero aquí lo que yo siento, es que duele más la humillación de salir con la cabeza agachada junto a los sanitarios, que de haber estado en el otro lado unos segundos.

No sé lo que sentirá cada madre de estos hombres valientes, pero no me gustaría estar en su pellejo durante estos eternos 15 minutos que dura el combate.

Para acabar, el fantasma de la UFC resonó con fuerza y recorrió cada rincón del Palacio. Se colaba en las conversaciones de las pausas para fumar, en los corrillos de los equipos técnicos, entre los periodistas y por supuesto, en las declaraciones de todos los ganadores mirando a cámara desafiantes.

Porque todos quieren asaltar ese castillo. Demostrar lo que valen, que quede claro que aquí nadie tiene miedo.

Otra vez Chus.

Cuando todo acabó y la jaula quedó vacía, la sangre limpia y las sillas recogidas, sentí la misma sensación que uno tiene en las fiestas de su pueblo a las 7 de la mañana, cuando los muchachos se han ido a casa y en el suelo solo quedan vasos rotos y confeti.

Entre el tumulto volví a ver a Chus a lo lejos, iba con sus dos hijos. Ellos imitaban los golpes del Guanche Warrior, ella sonreía.

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